Las
guerras Astur-Cántabras
Jorge Camino Mayor, Eduardo Peralta
Labrador y Jesús Francisco Torres Martínez
KRK Ediciones
Oviedo, 2015
400 pp.
ISBN: 978-84-8367-514-4
45,00 €
Las muchas generaciones de estudiosos y de personas
interesadas por el pasado que a lo largo de los siglos intentaron tener una
idea cabal de las Guerras Cántabras se vieron siempre inmersas en un panorama
frustrante y desolador. Desaparecida la parte que la historia de Tito Livio
consagraba a este episodio, el sintético resumen de acontecimientos que nos
dejaron las versiones de Floro y Orosio, por un lado, y de Dión Casio, por
otro, transmite la relevancia de un suceso que es engrandecido por la épica resistencia
de los pueblos indígenas y por la presencia del mismo Octavio Augusto, por más
que sea despojado, con razón, del vaho propagandista que impregnaba la política
personal del César una vez concluidas las guerras civiles. Sin embargo, la
dificultad de ordenar cronológicamente la serie de hechos de armas y la
pertinaz imposibilidad para situar en el espacio geográfico el elenco de
topónimos consignados por aquellos historiadores, los únicos referentes
tangibles a que atenerse, sumían los relatos en una impenetrable penumbra.
Los historiadores no se rindieron al desasosiego y
desde hace siglos —los frailes L. A. de Carballo y E. Flórez ya desde los
siglos XVII y XVIII— trataron de desentrañar el hermetismo de los textos
apelando a suposiciones lógicas y a generosa imaginación. Con el paso del
tiempo se tejieron y destejieron, así, innumerables reconstrucciones que
requerían del lector no poca complicidad y abnegación. Pero ninguna evidencia
material vino siquiera a gratificar los esfuerzos desplegados para ofrecer
alguna recreación satisfactoria en el paisaje. Todavía a finales del siglo XX,
las Guerras Cántabras constituían un capítulo evanescente que cabalgaba a
horcajadas del mito inaprensible y de la simulación teórica.
Quizá por ello, por la postergación geográfica y el pequeño
tamaño de estas tierras, entre las obras de los biógrafos modernos de Octavio
Augusto y del conjunto de los historiadores del mundo romano, el Béllum
Cantábricum no ocupa más que unas pocas líneas y aparece siempre desligado de
sus consecuencias posteriores, nada despreciables en las facetas económica y
estratégica del Imperio. Y es que, al margen de las parafernalias políticas del
momento, la conquista no solo franqueó el acceso a los cuantiosos recursos
auríferos del NO peninsular que alimentaron las finanzas de Roma durante casi
dos siglos, sino que dio continuidad a las conexiones marítimas por el
Atlántico abriéndolas a los traspaíses continentales del occidente europeo.
Las incertidumbres que minaban el conocimiento de las
Guerras Cántabras no supusieron mayor contratiempo, por el contrario, para que
este episodio adquiriese una honda repercusión tanto en la historiografía
regional de los pueblos afectados, en esencia ástures y cántabros, como también
en la hispana por una suerte de trasunto nacionalista. No en vano las Guerras
permitieron completar la integración territorial de la Península y su primera
unificación política, por más que tuviera que ser bajo la férula romana. Pero,
sobre todo, dieron pie a la gestación del tópico belicoso e irreductible de los
pueblos del Norte que ya gozó de predicamento por los literatos romanos; un
carácter idiosincrático que, a raíz de la resistencia planteada siglos después
a la invasión musulmana por esos mismos actores, sufragaría el origen del Reino
de Asturias y, con los matices que se quiera, de la nación española.
Este contradictorio y desalentador estado de cosas,
fue de improviso conturbado con el descubrimiento de los primeros campamentos y
escenarios de guerra a lo largo del interfluvio Pas-Besaya, a los que siguieron
los de La Carisa y otros del N de Palencia y Burgos, subsanando la relegación
de algunos hallazgos precedentes —como los de Castrocalbón y Valdemeda— que,
por la precocidad y ausencia de contexto determinante, quedaron envueltos en el
reino de la incertidumbre. La plasmación de investigaciones en varios de ellos
demostró la contundencia testimonial de los vestigios, así como una
espectacularidad expresiva, que guardan consonancia con el destacado papel que
debieron asumir en el curso de las Guerras. Y el repertorio de hallazgos no
deja de incrementarse hasta la actualidad.
Puede extrañar que en los albores del siglo XXI un
conjunto tan espectacular de vestigios hubiese permanecido ajeno a la
investigación en un país de índole moderna. Muchas circunstancias coadyuvaron a
ello y no es lugar aquí para pormenorizar en ellas. La sutilidad de muchos
restos, su frecuente localización en las remotas cumbres de la Cordillera
Cantábrica y la ausencia de los actuales medios de fotografía por satélite contribuyeron
en gran medida. Pero no lo fue menos la disociación de muchas cátedras
universitarias de Historia Antigua con los métodos arqueológicos, tanto que aún
hoy algunos de sus titulares siguen sembrando de abrojos el innovador camino
abierto al conocimiento y difusión de las Guerras, quizá porque nadie entre las
decenas de investigadores y descubridores tenga vínculos con tales entidades,
lo que no puede ser más significativo de la obsolescencia de algunas
instituciones.
Tantas han sido las aportaciones que hoy, a causa del
desigual estado de las investigaciones y de las identificaciones, resulta
difícil precisar el cómputo total de los lugares reconocidos. Los mismos están
integrados por campamentos romanos temporales que constituyen el elemento más
numeroso aunque respondan a funciones diferentes, largas vías estratégicas en
las que se cimentó la logística y, por último, poblados asediados que acaparan
los hechos de armas. A expensas de necesarios detalles, son ya varias decenas
de escenarios bélicos que, correspondientes a varios ejes de avance, se
reparten por un teatro bélico de unos 60.000 km2 y en el que debieron afrontar
el dominio de uno de los relieves más escabrosos y boscosos del Imperio con una
línea de cumbres de más de 2.000 m de altitud. Sin duda, componen un conjunto
bélico sin parangón en la agitada historia de estas regiones y parece que con
igual realce en el mundo romano, empequeñeciendo los relatos de las fuentes que
ahora incluso emergen hueras de las pretensiones hiperbólicas con que fueron
juzgadas. Aún más, no parece exagerado afirmar que este acervo de yacimientos
representa la más destacada renovación realizada en la arqueología peninsular
en las últimas décadas.
Tan amplio y excepcional acumulación de testimonios
arqueológicos empezaba a merecer un tratamiento específico conjunto. Llevados
por los mismos reclamos, es cierto que no han faltado varios intentos
individuales de llevar a cabo presurosas síntesis, pero hacía falta una reunión
que conjugase las aportaciones directas de los investigadores y grupos de
trabajo, para presentar una imagen general y el estado de la cuestión que
investigadores y público empiezan a requerir. A fin de facilitar la comprensión
espacial y estratégica de los enclaves, se ha procurado, en lo posible y
respetando la autonomía de los equipos de investigación, su agrupación en
escenarios bélicos unitarios. Su presentación graduada en diferentes secciones
obedece en exclusiva al muy desigual estado de la investigación que han
recibido y, por consiguiente, al volumen de documentación allegado, y no a
ningún otro factor. Además, se ha incorporado un apartado que condensa el
estudio de varios temas específicos derivados de las investigaciones en los
yacimientos y que brindan nuevos enfoques históricos de las Guerras. Teniendo
en cuenta que muchos detalles de las investigaciones han sido publicados, se ha
pretendido que los trabajos obedezcan a una presentación sintética de la
información disponible con un estilo asequible al público interesado, sin
menoscabo de su rigor y calidad científicos.
A tenor del panorama que se vislumbra, es indudable
que queda ingente trabajo por abordar y que los descubrimientos y el
conocimiento aumentarán considerablemente en el futuro, afinando el proceso de
conquista y ocupación del territorio seguidos por el ejército romano. La
globalización territorial de la prospección, la determinación de la naturaleza,
cronología y papel funcional de los campamentos, el reconocimiento de las vías
estratégicas, los asedios y abandonos coaccionados de los poblados nativos, por
no hablar de aspectos especializados relacionados con el armamento o la
circulación monetaria, por ejemplo, serán objetivos inconmensurables, entre
otros, que habrán de atender los estudios futuros. Hemos de contemplar, en
definitiva, que los trabajos aquí recopilados suponen el primer fruto de los
muchos que habrán de cosecharse en los tiempos venideros.
http://cultura.gijon.es/noticias/show/29661-actas-del-1-encuentro-arqueologico-sobre-las-guerras-astur-cantabras
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