Recuerdos de un
anciano 1805-1834
Antonio Alcalá Galiano
Editado por: Biblok Book
Export, S.L.
Lugar y fecha: Barcelona, 2014
Materia: Biografías
Colección: Desván de Hanta
Nº páginas: 429
Precio: 18,00 €
ISBN: 9788494223211
Lugar y fecha: Barcelona, 2014
Materia: Biografías
Colección: Desván de Hanta
Nº páginas: 429
Precio: 18,00 €
ISBN: 9788494223211
La guerra contra el francés, la restauración
borbónica y la rivalidad entre absolutistas y liberales que marcaría la España
futura, relatada por el mejor cronista español del siglo XIX. Antonio Alcalá
Galiano, reunía los dos requisitos para convertirse en un cronista excepcional:
un enorme talento para escribir unido a una elevada condición social, que le
permitió ser testigo, y a menudo protagonista, de los principales
acontecimientos que vivió España durante tres de las décadas más críticas y
significativas de su historia. En sus Recuerdos de un anciano, que abarcan
desde la muerte de su padre en la batalla de Trafalgar, en 1805, hasta el
retorno de los exiliados liberales en 1834, Alcalá Galiano nos ofrece un
panorama lleno de vida y autenticidad de la guerra de la Independencia, así
como del periodo posterior de conspiraciones y luchas entre absolutistas y
liberales, y lo hace con una prosa de excelente calidad que es la expresión de
una de las mentes más lúcidas de su siglo.
A
Antonio Alcalá Galiano solemos imaginarlo tal y como lo inmortalizó Benito
Pérez Galdós en La fontana de oro. En esta apasionante novela histórica
ambientada en el Madrid del Trienio Liberal, el gran escritor canario nos
muestra a Alcalá Galiano como un muchacho «andaluz feo [...] con un pico de
oro», cuyos parlamentos políticos pronunciados en la tribuna del mítico café
tertulia que daba nombre a la novela acudían a oír los liberales exaltados de
todos los rincones de España.
En
la época en que lo retrata Galdós, Antonio Alcalá Galiano y Fernández de Villavicencio,
nacido en Cádiz el 22 de julio de 1789, era un joven romántico que acababa de
iniciar su tercera década de existencia y pasaba por ser, ciertamente, uno de
los más eximios representantes del ala exaltada del liberalismo. Los miembros
de esta corriente liberal radical recibían el nombre de veinteañistas, por
oposición a los doceañistas, también liberales, pero de tendencia más moderada.
Para
los veinteañistas —la mayor parte de ellos jóvenes hijos de su tiempo, esto es,
de la época en la que el vendaval libertario y revolucionario del Romanticismo
llegó a España—, la Constitución española de 1812 era un texto ya obsoleto,
habida cuenta de los cambios profundos que había sufrido la sociedad en pocos
años, y que por tanto era preciso reformar en un sentido «progresista» (así es
como pasaría a denominarse esta tendencia a partir de 1836) que apresurase la
definitiva desaparición de los vestigios del Antiguo Régimen todavía muy
presentes en España. Esta reforma debía sustanciarse bien en la sustitución del
texto constitucional de 1812 por una nueva Constitución de 1820 —de ahí el
nombre del grupo—, que nunca llegó a redactarse, o bien en la total aplicación
de las medidas previstas en la Constitución de 1812, llevando al último extremo
la embestida contra la sociedad estamental. En particular, lo más radical de su
ideario se concretaba en impulsar una transformación económica que hiciera
pasar las propiedades de la aristocracia y del clero, las llamadas «manos
muertas», a las manos, que demostraron ser mucho más vivas, de los burgueses
capitalistas, mediante políticas de desvinculación, desamortización y
desaparición de señoríos y mayorazgos; en extremar las medidas encaminadas a
laminar el todavía enorme poder de la Iglesia, como la disolución de la Inquisición
y de la Compañía de Jesús, y en acabar con todo rastro de absolutismo
monárquico limitando el poder del rey al ámbito ejecutivo, desde la
consideración de que la Constitución de 1812 era un texto contradictorio cuyo
democratismo era tan acentuado como inviable, pues concedía demasiadas
prerrogativas al monarca.
El
protagonismo de Alcalá Galiano entre las filas de esta corriente exaltada del
liberalismo fue tan notable que fue precisamente él quien pronunció la
histórica propuesta de inhabilitación del rey Fernando VII en junio de 1823. En
aquellas fechas el régimen liberal se hallaba en una situación de extrema
debilidad y se temía que Fernando VII facilitase el derrocamiento, pues el rey
se sentía ya fuerte gracias a que contaba con el apoyo de las potencias
absolutistas de la Santa Alianza. Los Cien Mil Hijos de San Luis, al mando del
duque de Angulema (el último delfín de Francia), habían entrado en la Península
el 7 de abril; y lo que para el Gobierno era un ejército invasor, para el rey
era un ejército de salvación cuyo objeto era liberarlo del «yugo» liberal y
restaurarlo en sus plenos poderes. En esta tesitura, Fernando VII se negó a la
petición que se le hizo de trasladar el Gobierno y las Cortes a Cádiz, una
plaza que era más fácil de defender. Y fue a raíz de ello que el joven, feo y
elocuente diputado andaluz Antonio Alcalá Galiano subió al estrado de las
Cortes reunidas en Sevilla el 11 de junio de 1823 para pronunciar, según consta
en el Diario de Sesiones, las siguientes palabras:
«No
queriendo pues S. M. ponerse a salvo y pareciendo más bien a primera vista que
S. M. quiere ser presa de los enemigos de la patria, S. M. no puede estar en el
pleno uso de su razón, está en un estado de delirio, porque ¿cómo de otra
manera suponer que quiere prestarse a caer en manos de los enemigos? Yo creo
pues que ha llegado el caso que señala la Constitución, y en el cual a S. M. se
le considera imposibilitado; pero para dar un testimonio al mundo entero de
nuestra rectitud, es preciso considerar a S. M. en un estado de delirio
momentáneo, en una especie de letargo pasajero, pues no puede inferirse otra
cosa de la respuesta que acaban de oír las Cortes. Por tanto yo me atrevería a
proponer a éstas que considerando lo nuevo y extraordinario de las circunstancias
de S. M. por su respuesta, que indica su indiferencia de caer en las manos de
los enemigos, se suponga por ahora a S. M., y por un momento, en el estado de
imposibilidad moral y mientras, que se nombre una regencia que reasuma las
facultades del poder ejecutivo, sólo para llevar a efecto la traslación de la
persona de S. M., de Real Familia y de las Cortes».
La
sala enmudeció ante la atrevida propuesta —tal y como cuenta su autor en estas
memorias: «Cesé de hablar, y, por algunos segundos, nadie siguió, ni hubo
murmullo en las tribunas»—, pero luego, al cabo de un corto pero encendido
debate, se votó y salió adelante con la aprobación de una «mayoría crecida». El
traslado de los poderes del Estado a Cádiz sólo demoró unos días la inevitable
caída del régimen liberal, aunque tal vez ayudó a que la contrarrevolución
fuese menos «desordenada y sangrienta» de lo que habría sido en Sevilla, según
asegura el propio Alcalá Galiano en su texto.
Otra
consecuencia de esta propuesta fue mucho menos indubitable: la condena a muerte
de todos aquellos que la habían apoyado, una vez que se hubo restaurado el
régimen absolutista. Si bien sólo una de estas condenas se llevó a cabo, la del
general Rafael del Riego (ejecutada por añadidura con un salvajismo que quiso
ser ejemplar), sí supuso el pistoletazo de salida de un fenómeno muy relevante
en general para el futuro del país, y en particular para la evolución del
pensamiento de Alcalá Galiano: la huida de España y la experiencia de la
emigración. Porque el Alcalá Galiano que regresó de Londres en 1834, una vez
finiquitada la década ominosa, poco tenía que ver con el exaltado liberal que
partió al exilio.
Llegó
Alcalá Galiano a Inglaterra con un conocimiento de la cultura británica muy
notable, pero allí acabó de impregnarse hasta la médula de una nueva forma de
pensar y de hacer política. En Gran Bretaña Alcalá Galiano bebió de las fuentes
del liberalismo en su mismísima alfaguara. Fue profesor de español de la recién
nacida Universidad de Londres, creada para fomentar los saberes prácticos
frente a las tradicionales Cambridge y Oxford; fue redactor de la Westminster
Review (y de su correlato francés la Revue Trimestrielle), el órgano liberal
fundado nada menos que por Jeremy Bentham y James Mill (padre de Stuart) para
dar voz al pensamiento utilitarista; trabó estrecha amistad con varios
políticos de tendencia whig que llegaron al Parlamento británico de la mano de
la Reform Bill de 1832, e interiorizó cabalmente las modernas teorías políticas
de Alexis de Tocqueville y de Benjamin Constant.
Todo
este aprendizaje llevó a Alcalá Galiano a realizar una autocrítica sincera y
objetiva, hasta convertirse en el Edmund Burke español, la versión más fiel de
su liberalismo conservador. Así, Alcalá Galiano fue uno de los primeros
políticos españoles adiestrados en el pactismo, en el check and balance y en la
política del apego a los hechos, así como uno de los primeros liberales que
abominó de las revoluciones. Algunos de sus compañeros de juventud lo acusaron
de traicionar su radicalismo de antaño. Para Alcalá Galiano eran ellos quienes,
presos de sus prejuicios, habían esclerotizado su mente. Es la voz de este Alcalá
Galiano, mucho más reposada, conciliadora y pragmática que la del joven de la
Fontana de Oro, la que escuchamos a lo largo de estos recuerdos de un anciano.
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