6 de enero de 2017

Imperiofobia y leyenda negra


Imperiofobia y leyenda negra
Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español
María Elvira Roca Barea
Ediciones Siruela S. A.
Madrid, 2017 (2ª edición)
Colección  Biblioteca de Ensayo / Serie mayor 87
460 pp.
26 €
ISBN:978-84-16854-23-3

María Elvira Roca Barea acomete con rigor en este volumen la cuestión de delimitar las ideas de imperio, leyenda negra e imperiofobia. De esta manera podemos entender qué tienen en común los imperios y las leyendas negras que irremediablemente van unidas a ellos, cómo surgen creadas por intelectuales ligados a poderes locales y cómo los mismos imperios la asumen. El orgullo, la hybris, la envidia no son ajenos a la dinámica imperial. La autora se ocupa de la imperiofobia en los casos de Roma, los Estados Unidos y Rusia para analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio español. El lector descubrirá cómo el relato actual de la historia de España y de Europa se sustenta en ideas basadas más en sentimientos nacidos de la propaganda que en hechos reales.

La primera manifestación de hispanofobia en Italia surgió vinculada al desarrollo del humanismo, lo que dio a la leyenda negra un lustre intelectual del que todavía goza. Más tarde, la hispanofobia se convirtió en el eje central del nacionalismo luterano y de otras tendencias centrífugas que se manifestaron en los Países Bajos e Inglaterra. Roca Barea investiga las causas de la perdurabilidad de la hispanofobia, que, como ha probado su uso consciente y deliberado en la crisis de deuda, sigue resultando rentable a más de un país. Es un lugar común por todos asumido que el conocimiento de la historia es la mejor manera de comprender el presente y plantearse el futuro.


“Analfabetos ha habido siempre pero nunca habían salido de la universidad"
http://www.elmundo.es/opinion/2016/12/17/58541208268e3e257c8b465c.html
http://www.aso-apia.org/pdf/prensa/elmundoelviraroca20110626.pdf
 
Iván Vélez: Cortés y la Leyenda Negra
https://www.youtube.com/watch?v=Bg7z4gXcy7U

Jefferson y Fray Junípero Serra
http://www.elmundo.es/opinion/2017/09/19/59bffb44e2704ea6268b4640.html


Las pruebas que confirman el Holocausto azteca
http://www.elmundo.es/cultura/2017/07/10/59629aefe5fdea89338b45ff.html

Detalle de la torre de cráneos descubierta por arqueólogos en Ciudad de México. EFE



Imperiofilia contra imperofobia 






 


Luchadores por la libertad


Luchadores por la libertad
La Revolución húngara de 1956
 
Ricardo Martín de la Guardia, Guillermo A. Pérez Sánchez,  István Szilágyi
 
Editorial Actas
Madrid, 2016
Colección Historia Contemporánea
295 pp.
P.V.P.: 22,00 euros
ISBN 978-84-9739-162-7

La insurrección húngara de 1956, ahogada en sangre por el Ejército soviético fue el mayor desafío contra la hegemonía de la URSS durante sus cuatro décadas de vigencia en la Europa del Este. No sólo puso en jaque su dominio militar en el bloque oriental, sino que amenazó con destruir el sistema dominado por los partidos comunistas al dañar irremediablemente el principio de unidad ideológica y de solidaridad del internacionalismo proletario instaurado y dirigido por el Partido Comunista de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. Este hecho explica que la intervención militar soviética contra los reformistas de Imre Nagy, cuyo objetivo fue acabar con la insurrección y reinstaurar el orden socialista previo, encarnado ahora en János Kádár, fuera respaldado sin fisuras por los demás gobiernos socialistas y por todos los partidos comunistas del mundo, incluidos los europeos occidentales, con el francés e italiano a la cabeza.
Por supuesto, el fracaso del giro reformista encabezado por Imre Nagy, saboteado desde un primer momento por el sector estalinista de su partido, tuvo mucho que ver en el desarrollo de los acontecimientos: los errores de 1955 condujeron al país al callejón sin salida de 1956. Los jóvenes más rupturistas quisieron ver en la fecha del 23 de octubre de 1956 una situación de vacío de poder en la que hacer posible la ineludible regeneración del sistema, frustrada unos meses atrás. Esta vez su empeño logró el apoyo del Primer Ministro Imre Nagy, quien a partir de entonces quiso impulsar su añorada refundación del Estado haciendo de los acontecimientos del otoño de 1956 el «año cero» de la nueva Hungría. Sin embargo, lo que podría haber sido la «fantástica historia» de todo un pueblo, en palabras de Edgar Morin, terminó en tragedia.

 
LUCHADORES POR LA LIBERTAD : La Revolución húngara de 1956
https://www.youtube.com/watch?v=OJ6OkUVu5dA



 
 

 

3 de enero de 2017

Al-Ándalus y la cruz


Al-Ándalus y la cruz
Rafael Sánchez Saus
Editorial Stella Maris, S. L.
Barcelona (España)
416 páginas
PVP: 19€
ISBN: 978-84-16541-23-2

En este ensayo histórico, escrito con un estilo ágil y dinámico, el autor transporta al lector al reino visigodo de principios del siglo VII, donde las tropas musulmanas iniciaron la conquista de la Península Ibérica. Sánchez Saus relata la expansión árabe que se llevó a cabo más allá del Mediterráneo, y el nacimiento de Al-Ándalus: un período histórico, social y cultural tan relevante para la historia de nuestro país hasta el día de hoy.

La conquista árabe de España, realizada entre el 711 y el 719, es quizá el acontecimiento que ha marcado más poderosamente nuestra historia. Así apareció Al-Ándalus y el establecimiento de un sistema como medio para perpetuar el dominio establecido por una pequeña minoría de guerreros musulmanes orientales y norteafricanos sobre los autóctonos cristianos.

Ese dominio se articuló a través de un régimen perverso que consagraba el sometimiento político, religioso y la inferioridad jurídica y moral de los cristianos.

Aunque las ventajas ofrecidas a los conversos al Islam indujeron a muchos cristianos a la apostasía; aunque otros muchos prefirieron la emigración, todavía hacia 950, Al-Ándalus era un país mayoritariamente cristiano. Dos siglos más tarde esa cristiandad se había desintegrado por la inmersión en la cultura árabe y oriental y por la abierta persecución desatada contra ella por almorávides y almohades.

Este libro se ha escrito para dar a conocer la realidad de la vida de los cristianos en Al-Ándalus, que poco o nada tiene ver con las ensoñaciones y falsificaciones interesadas que nutren un mito construido a costa de la verdad histórica, y a la sombra de la crisis de los valores que hicieron posible el surgimiento de España como proyecto alternativo a lo que Al-Ándalus supuso.

Rafael Sánchez Saus es doctor en Historia por la Universidad Complutense y catedrático de Historia Medieval en la de Cádiz. En esta última fue decano de su Facultad de Filosofía y Letras (1999-2004). Posteriormente ha sido rector de la Universidad San Pablo CEU de Madrid (2009-2011). Es académico de número de la Real Academia Hispano Americana de Cádiz, de la que fue director, y correspondiente de la Real Academia de la Historia y de otras importantes instituciones académicas y órdenes civiles españolas y extranjeras, así como secretario de la Cátedra Alfonso X el Sabio. Especialista en la Baja Edad Media española, ha publicado una docena de libros y más de cien obras de investigación sobre ese periodo. Una de sus principales líneas de trabajo ha sido el estudio de las relaciones entre cristianos y musulmanes en la frontera hispánica. Ha recibido diversos reconocimientos y premios por su obra investigadora. El más reciente, en diciembre de 2014, ha sido el premio de investigación en Humanidades Cultura y Nobleza de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y la Real Academia de Buenas Letras de esa ciudad, por la obra La Sevilla de doña Guiomar Manuel. Conferenciante y autor de numerosos artículos sobre temas de actualidad social y de divulgación histórica, mantiene una columna semanal llamada Envío en el Diario de Sevilla y otros ocho periódicos andaluces del Grupo Joly.

http://www.larazon.es/cultura/rafael-sanchez-saus-en-al-andalus-se-practicaba-la-humillacion-del-cristiano-PA11888698
https://www.youtube.com/watch?v=9lv_iVcTcc0




1 de enero de 2017

¡SOS! Secuestrados por el nacionalismo


¡SOS! Secuestrados por el nacionalismo
Dolores Agenjo
 
La Esfera de los Libros
Madrid, 2016
256 pp.
18,90 €
ISBN 9788490606292

 
El 9 de noviembre de 2014, día en el que se había convocado la consulta ilegal sobre el futuro de Cataluña, Dolores Agenjo, entonces directora de un instituto en Hospitalet de Llobregat (Barcelona, España), se negó a entregar las llaves del centro para que allí se colocaran las urnas, enfrentándose de esta manera a las directrices de la Consejería de Educación. Esta valiente decisión es el punto de partida de ¡SOS! Secuestrados por el nacionalismo, un libro sin mordaza en el que denuncia la situación de muchos catalanes que se sienten españoles y los resultados de una educación en el odio, un auténtico lavado de cerebro que ha hecho que ser español en Cataluña se convierta en un acto heroico.

«Estas páginas no constituyen más que el testimonio personal de cómo una catalana, hija de trabajadores manchegos, ha vivido el progresivo avance del independentismo, desde su infancia, en los años cincuenta, hasta nuestros días», dice la autora. «Sé que muchos catalanes sienten, como yo, la necesidad de que España escuche la voz de esos otros catalanes que quieren seguir siendo españoles, la voz de esos otros catalanes que viven con un sentimiento de abandono e indefensión la ofensiva nacionalista en Cataluña (España). Por ellos y para ellos me animé a escribir este libro y a ellos se lo debo».

Agenjo explica que durante muchos años, como muchos otros, «había cedido y mirado para otro lado ante la injusticia de la inmersión lingüística obligatoria, ante la exclusión del español de todos los ámbitos institucionales y particularmente de la enseñanza, había asistido inerme a la manipulación de la historia y el adoctrinamiento en la animadversión a todo lo español». La autora pensaba que era el precio que había que pagar para mantener una España unida porque, aunque los independentistas catalanes no eran mayoría, tenían «mucha fuerza y mucho poder».

Ahora la profesora jubilada interpela a esos «seres astutos que quieren robarme mi identidad, quieren arrebatarme a España» con el libro ¡SOS! Secuestrados por el nacionalismo, un grito de ayuda para una gran mayoría silenciosa que quiere recuperar la libertad. Un lúcido testimonio acerca de una realidad que no puede, ni debe, pasar desapercibida.

 
Dolores Agenjo Recuero era la directora del Instituto Pedraforca de Hospitalet de Llobregat (Barcelona, España) cuando se celebraron las elecciones sobre el referéndum de autodeterminación el 9 de noviembre de 2014. Licenciada en Filología Hispánica y en Geografía e Historia, tiene un máster en elaboración de diccionarios y control de calidad del léxico español. Ha sido catedrática de Lengua Española y Literatura de Educación Secundaria Obligatoria y profesora de la misma asignatura en Bachillerato. Ha obtenido el premio de la Fundación ¿Hay Derecho? por su relevante actuación en defensa del Estado de Derecho y de las instituciones.

Primeras páginas >
http://www.elespanol.com/espana/20160410/116238484_0.html
http://tv.libertaddigital.com/videos/2016-04-20/dolores-agenjo-publica-el-libro-sos-secuestrados-por-el-nacionalismo-6056058.HTML
 
https://www.youtube.com/watch?v=T3viZ_qwuG4
https://www.youtube.com/watch?v=FBslDlMM498




http://www.elmundo.es/cataluna/2017/09/27/59caadf9468aeb27098b4665.html
http://www.elmundo.es/espana/2017/09/26/59c91dbf468aebe2658b4590.html


Educación para el nacionalismo
Jesús G. Maestro

La docencia nacionalista y sus aliados
Jesús G. Maestro
 
Universidad y nacionalismo
Jesús G. Maestro
 

Fidel Castro, patria y muerte


Fidel Castro, patria y muerte
Enrique Meneses
Prólogo Jon Lee Anderson
 
Ediciones del Viento, S.L.
La Coruña (España) 2016
234 pp.
19,50 euros
ISBN 978-84-15374-73-2

 
Tras la publicación en el año 2006 de un volumen de memorias titulado Hasta aquí hemos llegado, Ediciones del Viento propuso a Enrique Meneses rescatar, actualizado, su libro Fidel Castro, editado en 1966, con la idea de publicarlo en el momento de la muerte del dirigente cubano, que ya entonces parecía cercana. Para ello el autor buscó las opiniones de dos personajes opuestos, Manuel Fraga Iribarne y Santiago Carrillo, y pidió a su amigo el periodista del New Yorker Jon Lee Anderson un prólogo para la nueva edición. Sin embargo, y contra todo pronóstico, en el año 2012 fallecieron Manuel Fraga y Santiago Carrillo, y apenas iniciado el 2013, lo haría el propio Enrique, mientras Fidel Castro se mantenía vivo y coleando. Tres años después, con motivo de la muerte del protagonista de este libro, ha llegado el momento de sacarlo a la luz.

Enrique Meneses fue un periodista de raza, sempiterno joven de espíritu y, para alguien de su generación, un hombre singularmente libre de dogmas. Tenía además un gran apetito por la aventura. Cuando, a finales de 1957, subió a la Sierra Maestra en Cuba, no había cumplido los treinta años, pero fue uno de los primeros periodistas en conocer en persona al carismático y ambicioso líder guerrillero Fidel Castro, que en ese momento se empeñaba en derrocar al dictador Fulgencio Batista, para luego cambiar el mundo. [Jon Lee Anderson]
Las vidas de Fidel Castro y el fotorreportero español Enrique Meneses se cruzaron a mediados de diciembre de 1957 en Sierra Maestra. Enrique había llegado a Cuba empujado por el amor, pero muy pronto quedó fascinado por la "revolucioncita" que unos barbudos estaban protagonizando en Sierra Maestra y decidió que de alguna manera lograría entrar en contacto con ellos. La aventura no fue sencilla.
En ese momento, los potentes equipos de Life y Time, apostados en La Habana, estrechamente vigilados por la policía secreta de Fulgencio Batista, se disputaban el honor periodístico de ser los primeros en captar con sus cámaras las aventuras de los guerrilleros. Enrique, que trabajaba para Paris Match, la competencia europea, jugó sus cartas en solitario y explotando su ingenio y su encanto personal logró la exclusiva de su vida.  Ya en la sierra, convivió varios meses con los guerrilleros y publicó los primeros grandes reportajes de lo que estaba ocurriendo en Cuba. El impacto de la portada de Paris Match fue tremendo. De su experiencia cubana Enrique se trajo muchas historias que se convirtieron en artículos y libros, y unas fotografías imprescindibles para comprender por qué una revolución impulsada por un puñado de aventureros pudo triunfar contra todo un ejército. Enrique siguió toda su vida fascinado por lo que allí vio, y los recuerdos precisos de sus encuentros con Fidel o con el Che, llenaron páginas y horas de jugosas charlas de los que tuvimos la suerte de conocerle. También se convirtieron en un libro sobre la vida de Castro, destinado a ser publicado justo después de su muerte. Un día, Meneses, consciente de que el revolucionario sobreviviría al reportero (Enrique murió en enero de 2013) encargó a su amigo Jon Lee Anderson el prólogo y lo dejó todo organizado para que la obra fuese una realidad. [Gumersindo Lafuente]



CAPÍTULO I. Nace un héroe. Enrique Meneses

"Poco antes de las cinco de la madrugada del 26 de julio de 1953, las calles de Santiago de Cuba estaban más frecuentadas que de costumbre a esas horas. El día había sido de fiesta, y numerosos santiagueros aún festejaban a su patrono. Por eso, a nadie le extrañó el paso de una caravana compuesta de veintiséis vehículos que se dirigía hacia el cruce de las avenidas Trocha y Garzón. Ahí, los vehículos se dividieron en tres grupos que tomaron la Avenida de las Enfermeras. En el último grupo, un hombre alto fijaba su mirada miope en los vehículos que precedían y aferraba sus manos a una metralleta. Se llamaba Fidel Castro, y, con sus dos centenares de compañeros, iba a tallarse un nombre en la historia contemporánea.

Aquella expedición que avanzaba por las calles de Santiago sigilosamente, tenía por finalidad atacar a las guarniciones de Bayamo y Santiago. Treinta hombres estaban ya situados frente a la confiada guarnición de Bayamo y ciento setenta se acercaban al cuartel Moncada, la segunda guarnición de Cuba. Dos posibilidades habían sido previstas por Fidel Castro: reducir a los defensores del Moncada logrando un éxito singular sobre el régimen de Batista, o tener que retirarse capitalizando sobre la publicidad que el ataque tendría en toda Cuba. En ambos casos, la audacia de los atacantes se vería recompensada.

Todo había sido planeado durante varios meses. En el elegante barrio habanero del Vedado, en la calle 25 y O, Fidel Castro había estudiado esta operación en sus mínimos detalles junto con sus más fieles amigos. Todos eran miembros del Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás, y todos se sentían frustrados por la toma del poder por Batista, que, el 10 de marzo de 1952, había depuesto al presidente Prío Socarrás. Este golpe de fuerza echaba al suelo las esperanzas de todos los que aguardaban con impaciencia las elecciones del primero de junio. Pese a ser miembros del Partido Ortodoxo, Fidel Castro, Abel Santamaría, Jesús Montané, René Guitart y otros muchos, representaban los "jóvenes leones" del partido y no gozaban del apoyo absoluto de sus mayores, quizá porque éstos tenían otra edad y corrían más riesgos por ser personajes conocidos del nuevo Gobierno.
Los insurrectos trabajaron duro preparando el ataque. Obtuvieron fondos empeñándose, sacando dinero de sus familias y hasta falseando firmas de cheques, según sus adversarios. En una finca de Siboney, cerca de Santiago de Cuba, el propietario, Ernesto Tizol, comenzó a esconder las armas que le eran enviadas, ayudado por Haydee Santamaría, hermana de Abel.

[…]

A las tres de la madrugada del 26 de julio, Fidel Castro había dado sus últimas instrucciones. Los hombres de Bayamo ya estaban en aquella localidad listos para el ataque. En Santiago, Pepe Suárez, Montané y Guitart debían apoderarse de los centinelas del cuartel Moncada por sorpresa. Para ello, contaban con una fecha festiva, por lo que los uniformes rebeldes podrían ser confundidos con los de soldados de permiso que regresaban al cuartel.

Raúl Castro, hermano de Fidel, pese a sus veintidós años, recibió orden de ocupar con sus hombres el Palacio de Justicia, situado frente al cuartel, para instalar una ametralladora en el tejado.

Otro grupo debía ocupar una emisora de radio por la que emitirían, en caso de victoria, la cinta magnetofónica del último discurso de Eduardo Chibás pronunciado frente las cámaras de televisión, minutos antes de suicidarse en los estudios de CMQ. También se debía leer una proclamación de Fidel Castro que comprendía nueve puntos, y en la que, junto con sus planes para una nueva sociedad cubana, el jefe insurrecto subrayaba que los motivos de aquella rebelión se debían exclusivamente al deseo de todos los cubanos de restablecer la Constitución de 1940, violada por Fulgencio Batista al tomar el poder mediante la fuerza.

También había que tomar el hospital Saturnino Lora, situado frente a la entrada principal del cuartel. Al mando de Abel Santamaría, el médico Mario Muñoz, Julio Trigo, Haydee Santamaría y Melba Hernández, estas dos vestidas de enfermeras, ocuparon el hospital sin problemas. Su misión era, junto con el médico, prestar auxilio a los heridos.

A las 5:15 de la madrugada se hicieron los primeros disparos. Eran los de Fidel Castro, obligado a cubrir con su fuego la salida de los rebeldes de uno de los coches que había volcado accidentalmente. Este incidente eliminaba el elemento sorpresa que tanto había cuidado Fidel Castro. Otro error fue el poco conocimiento que los atacantes tenían del interior de la fortaleza. En el patio del Moncada se dirigieron a la armería, pero se encontraron con la barbería del cuartel.

Un fuego nutrido caía sobre los atacantes que permanecían en medio del patio sin saber a dónde ir. Guitart cae muerto. Fidel Castro ordena la retirada. Los rebeldes huyen deshaciéndose de sus uniformes y quedándose con sus ropas civiles que llevan debajo en previsión de esta eventualidad. Los hombres de Castro escapan en tres direcciones: unos, a refugiarse en el hospital ocupado por Santamaría; otros, a casas de amigos en pleno Santiago y un tercer grupo, hacia la finca de Siboney primero, y a la Sierra Maestra después.

Los que buscaron refugio en el hospital, lo lamentaron muy pronto. Después de disfrazarse de pacientes vendados para escapar a la búsqueda que el Ejército no dejaría de hacer, se metieron en las camas libres. Los soldados no tardaron en venir, y ya se retiraban al comprobar que allí sólo había enfermos, cuando un empleado del hospital denunció a los rebeldes. El Ejército apresó a veinte hombres y a las dos falsas enfermeras. Al salir del hospital, un soldado dio muerte por la espalda al Dr. Muñoz.

Los que se habían escondido en Santiago de Cuba tampoco fueron muy afortunados. Uno tras otro iban siendo descubiertos por la Policía batistiana, que registraba todas las casas de la ciudad.

El general Martín Díaz Tamayo vino urgentemente a Santiago. Traía órdenes de La Habana para actuar con el máximo rigor. Por cada soldado caído en el ataque, diez prisioneros rebeldes debían ser fusilados. Fidel Castro, entretanto, se había retirado junto con algunos compañeros a las laderas de Sierra Maestra. El arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serantes, se entrevistó con el coronel Alberto del Río Chaviano y le pidió que respetase la vida de los rebeldes que se rindiesen.

El Ejército buscaba ahora en la Sierra Maestra a los restantes atacantes del Moncada. El teniente Pedro Sarria conocía personalmente a Fidel Castro, y fue elegido para mandar una patrulla encargada de localizar al jefe rebelde. Agotados, hambrientos, sin municiones, Fidel Castro y dos de sus hombres se toparon con la patrulla de Sarria. En lugar de descubrirlo, el teniente murmuró al oído de Castro, mientras lo registraba, pidiéndole que no se identificase, pues su vida corría peligro.

En lugar de llevar a los presos al cuartel de Moncada o ejecutarlos en el acto, como tenía orden, Pedro Sarria los llevó a la cárcel municipal de Santiago, donde, aunque se supiese la identidad de Fidel Castro, no corría un peligro inmediato. Como consecuencia de su acto, el teniente Pedro Sarria fue destituido.

El coronel Chaviano redactó un informe en el que trataba a los atacantes del Moncada de «maleantes». También decía que muchos de los hombres que habían seguido a Castro lo hicieran engañados y que, cuando se percataron de su error y quisieron huir, Fidel Castro y sus amigos los mataron por la espalda. En total, bajo la causa 37, como se denominó el proceso de los insurrectos, se iba a juzgar a ciento veinte hombres y dos mujeres. Otros más no pudieron ser juzgados por haber sido muertos en sus celdas o torturados hasta el punto de ser impresentables ante la Corte.
Los enjuiciados fueron encerrados en la cárcel de Boniato hasta que se celebrase el juicio fijado en Santiago para el 21 de septiembre de 1953.

Un millar de soldados guardaba el trayecto por el que debían pasar los presos hasta llegar al tribunal. En Santiago se temía que los más importantes fuesen muertos aplicándoseles la «ley de fugas», pero todo el país estaba pendiente del juicio, sobre todo en la segunda ciudad de Cuba, donde la Policía había cometido excesos al registrar las casas en busca de fugitivos.

En el juicio, el fiscal quiso demostrar que la organización del ataque había sido financiada por el ex presidente Prío Socarrás desde Miami, pero Fidel Castro, que actuaba como su propio defensor, deshizo el argumento sacando de su bolsillo una lista completa de los gastos de la malograda expedición. Los 16.480 pesos que había costado el ataque eran producto de donativos de los mismos participantes.

Suspendido por unos días, el juicio se reanudó el 26 de septiembre sin la presencia de Fidel Castro. Cuando la Policía alegó que el preso no podía presentarse por encontrarse enfermo, Melba Hernández, que también se defendía a sí misma por ser abogada, sacó de su moño un rollito de papel que entregó al presidente del Tribunal. Este leyó un mensaje de puño y letra de Fidel Castro en el que declaraba encontrarse en perfecto estado de salud y acusaba al Gobierno de planear su eliminación. Pedía al Tribunal que nombrase un delegado para investigar «su enfermedad» así como vigilar las idas y venidas de los presos entre cárcel y Tribunal con el fin de evitar la aplicación de la «ley de fugas». El presidente accedió a la solicitud, pidiendo que se realizase un examen médico del jefe rebelde.

El 28 de septiembre la acusación dijo que los rebeldes habían utilizado puñales para asesinar soldados, pero los expertos del Tribunal, oficialmente nombrados, negaron que los muertos militares presentasen heridas de arma blanca.
Por su lado, Haydee Santamaría denunció el asesinato del Dr. Muñoz, así como otros 25 presos, entre los que se encontraba su hermano Abel. Refiriéndose a éste, Haydee dijo que la Policía le había traído hasta la celda un ojo arrancado a su hermano, pidiéndole que evitase los sufrimientos de Abel confesando la participación de Prío Socarrás en la conspiración. A1 negarse Haydee, le trajeron el segundo ojo.

Fidel Castro basó su defensa sobre el hecho de que no podía acusárseles de intentar derribar al Gobierno constitucional, puesto que precisamente era Batista el que había derrocado dicho Gobierno el 10 de marzo. En cuanto a atacar la inconstitucionalidad de Batista por medios jurídicos, Fidel Castro subrayó que lo había hecho ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y el Tribunal de Urgencia de La Habana sin resultado alguno.

Pese al impacto que la defensa de Fidel Castro causó ante los presentes, el juicio no obtuvo eco inmediato en el país porque Batista había impuesto la censura, junto con la suspensión de garantías constitucionales, al día siguiente del ataque al Moncada.

Durante las cinco últimas horas que Fidel Castro habló en su defensa, mencionó las torturas de la Policía y el Ejército batistianos, expuso sus proyectos para el futuro de Cuba, criticó el imperialismo y subrayó el paro obrero existente. Habló para el «guajiro» analfabeto, para el estudiante idealista, para «los jueces justos», para todos los resentidos del país. Pidió que no se le hiciese trato de favor a la hora de sentenciar, y concluyo gritando: «¡Condénenme! ¡No importa! ¡La Historia me absolverá!».

Fue condenado a quince años de penitenciaría en la isla de Pinos, la famosa «Isla del Tesoro» de R. L. Stevenson, en la parte sur occidental de Cuba.

Doscientos hombres habían tomado parte en el ataque a Bayamo y al Moncada. Setenta habían muerto en combate o en las celdas de la Policía o del Ejército. Fidel Castro había fracasado en su intento insurreccional, pero había sembrado para futuras cosechas. Al provocar la violenta y hasta cierto punto desmesurada represión batistiana, había ganado mucho más que una victoria militar. Con sus mártires, aún frescos, había logrado despertar en sus compatriotas el odio hacia un gobierno nacido de un golpe de estado incruento, sacudir la inercia de los grupos políticos de oposición y crear la atmósfera propicia para una guerra civil.

 
Enrique Meneses
Cuba antes de Fidel Castro
Fidel Castro y su revolución
Primeros años del régimen. Represión.
Fin “provisional” del castrismo. Las sombras del balance.