3 de marzo de 2016

Historia mínima del neoliberalismo


Historia mínima del neoliberalismo
Fernando Escalante Gonzalbo
Turner Publicaciones S. L. – El Colegio de México A. C.
Colección: Historias mínimas
Madrid, 2016
324 pp
14,90 €
isbn  978-84-16354-18-4

Aunque pueda parecer un poco extraño, que lo es, hay que comenzar la historia diciendo que el neoliberalismo sí existe, y tiene ya casi un siglo de existencia. Desde luego, tiene perfiles borrosos, como tantas cosas, y desde luego hay un empleo retórico del término, impreciso, de intención política, que no ayuda a aclarar las cosas, pero el neoliberalismo es un fenómeno perfectamente identificable, cuya historia se puede contar. Es un programa intelectual, un conjunto de ideas acerca de la sociedad, la economía, el derecho, y es un programa político, derivado de esas ideas.

Vaya de entrada que no se trata de un programa sencillo, monolítico, ni tiene una doctrina única, simple, indiscutible. Pero tampoco eso tiene nada de raro, y más bien es la regla en la historia de las ideas políticas. Sería perfectamente posible, por ejemplo, hacer una historia del socialismo, y todos sabríamos de qué se está hablando, aunque sepamos que no hay una única versión del socialismo, y aunque una historia así tuviese que incluir figuras tan distintas como Jean Jaurés, Salvador Allende, Eugene Debs, Friedrich Ebert o Pablo Iglesias. Igualmente, se podría escribir una historia del liberalismo que incluyese a John Stuart Mill, Camilo Cavour, Alexis de Tocqueville, Benito Juárez y José María Blanco-White, liberales todos, con todas sus diferencias –y estas no serían un obstáculo. O sea que la variedad es normal, no es un problema.

La expresión neoliberal, neoliberalismo, comenzó a usarse de un modo más o menos habitual en la década de los ochenta del siglo pasado, y se ha generalizado en los últimos años para referirse a fenómenos muy distintos. El uso es bastante laxo, a veces inexacto porque se emplea como adjetivo, con intención derogatoria, para descalificar una iniciativa legal, una decisión económica, un programa político. El resultado es que la palabra ha terminado por perder consistencia, y resulta más ambigua conforme más se usa. En ese sentido, neoliberal puede ser casi cualquier cosa, hasta que viene a ser casi todo, y casi nada. Por eso digo que hace falta empezar afirmando que el neoliberalismo existe. Y por eso es necesario a continuación esforzarse por restablecer el sentido de la palabra, ponerle límites, para que sepamos de qué estamos hablando.

El neoliberalismo es en primer lugar, y sobre todo, un programa intelectual, es decir, un conjunto de ideas cuya trama básica es compartida por economistas, filósofos, sociólogos, juristas, a los que no es difícil identificar. Se podría hacer una lista de nombres: Friedrich Hayek, Milton Friedman, Louis Rougier, Wilhelm Röpke, Gary Becker, Bruno Leoni, Hernando de Soto, pero no hace falta. Tienen algunas ideas comunes, también desacuerdos, a veces importantes; en lo más elemental, los identifica el propósito de restaurar el liberalismo, amenazado por las tendencias colectivistas del siglo veinte. Ninguno de ellos diría otra cosa.

Pero el neoliberalismo es también un programa político: una serie de leyes, arreglos institucionales, criterios de política económica, fiscal, derivados de aquellas ideas, y que tienen el propósito de frenar, y contrarrestar, el colectivismo en aspectos muy concretos. En eso, como programa político, ha sido sumamente ambicioso. Del mismo núcleo han surgido estrategias para casi todos los ámbitos: hay una idea neoliberal de la economía, que es acaso lo más conocido, pero hay también una idea neoliberal de la educación, de la atención médica y la administración pública, del desarrollo tecnológico, una idea del derecho y de la política.

Eso quiere decir que la historia del neoliberalismo es de un lado historia de las ideas, y de ideas bastante diferentes, y de otro historia política e historia institucional. También quiere decir, por otra parte, que el neoliberalismo es una ideología en el sentido más clásico y más exigente del término –que no es necesariamente peyorativo. Diré más: es sin duda la ideología más exitosa de la segunda mitad del siglo veinte, y de los años que van del siglo veintiuno.

Ningún sistema de ideas puede traducirse directamente en un orden institucional, ningún pensador de algún alcance reconocería sus ideas en el arreglo jurídico, político, de un país concreto. El régimen soviético no era una materialización de las ideas de Marx, aunque se le nombrase constantemente, tampoco el sistema neoliberal vigente en buena parte del mundo es reflejo exacto de lo que pudo imaginar Friedrich Hayek, por ejemplo. Pero aquello era una derivación discutible del marxismo, como esto es una derivación discutible del proyecto neoliberal de Hayek y Coase y Friedman. Y pocas veces, acaso nunca, una ideología ha conseguido imponerse de modo tan completo: no es sólo que se hayan adoptado en todo el mundo determinadas políticas económicas, financieras, sino que se ha popularizado la idea de la Naturaleza Humana en que se inspiran, y con ella una manera de entender el orden social, una moral, un abanico amplísimo de políticas públicas.

El neoliberalismo ha transformado el orden económico del mundo, también las instituciones políticas. Ha transformado el horizonte cultural de nuestro tiempo, la discusión de casi todas las disciplinas sociales, ha modificado de modo definitivo, indudable, el panorama intelectual, y ha contribuido a formar un nuevo sentido común. Esa es la historia que quiero contar en las páginas que siguen.

No es exagerado decir que vivimos, globalmente, un momento neoliberal. Para tener una imagen más clara de lo que eso significa, podemos imaginar una evolución histórica del mundo occidental, cuya estructura en los últimos dos siglos sería más o menos como sigue. En primer lugar, hay un momento liberal, derivado de la Ilustración, que comienza en las últimas décadas del siglo XVIII e incluye la revolución estadounidense, la revolución francesa, las independencias americanas, es un momento que tiene su auge a mediados del siglo XIX, con la ampliación de los derechos civiles y políticos, y que entra en crisis como consecuencia de la presión del movimiento obrero y las varias formas de socialismo. Sigue lo que se podría llamar el momento keynesiano, o bienestarista, que se perfila a fines del XIX, y se impone de manera general tras la crisis de 1929, y sobre todo con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Seguridad social, servicios públicos, fiscalidad progresiva. Llega hasta la década de los setenta. Y a continuación viene el momento neoliberal, en el que estamos, cuyo origen está en la discusión del keynesianismo de los años cuarenta, pero que se impone progresiva, masivamente a partir de 1980, y cuyo predomino en términos generales se prolonga hasta la fecha.

Conviene de entrada proponer una idea esquemática del neoliberalismo, para entendernos. A pesar de todas las diferencias que hay entre sus partidarios –y en ocasiones son verdaderamente importantes— hay un conjunto de ideas básicas que comparten todos ellos, y que forman, por decirlo así, la columna vertebral del programa.

En primer lugar se caracteriza porque es muy diferente del liberalismo clásico, del siglo XIX. De hecho, ya lo veremos con más detenimiento, el neoliberalismo es en buena medida producto de una crítica del liberalismo clásico. Algunos propagandistas, sobre todo en los tiempos recientes, prefieren adoptar como emblema la imagen de Adam Smith, y reivindican una larga continuidad, de siglos, de las ideas liberales, incluso de las leyes y de las políticas liberales, como si las diferencias fuesen de poca monta. La verdad es que la ruptura es clara, definitiva. Queda el prestigio de Adam Smith, la metáfora de la “mano invisible”, pero poco más, nada sustantivo.

La diferencia resulta básicamente de la convicción de que el mercado no es un hecho natural, no surge de manera espontánea ni se sostiene por sí solo, sino que tiene que ser creado, apuntalado, defendido por el Estado. Es decir, que no basta con la abstención, no basta el famoso laissez-faire, dejar hacer, para que emerja y funcione. En consecuencia de ello, al Estado le corresponde un papel mucho más activo del que suponían los liberales de los siglos anteriores. El programa neoliberal, contra lo que imaginan algunos críticos, y contra lo que proclaman algunos propagandistas, no pretende eliminar al Estado, ni reducirlo a su mínima expresión, sino transformarlo, de modo que sirva para sostener y expandir la lógica del mercado. O sea que los neoliberales necesitan un nuevo Estado, a veces un Estado más fuerte, pero con otros fines.

Un segundo punto en común: la idea de que el mercado es fundamentalmente un mecanismo para procesar información, que mediante el sistema de precios permite saber qué quieren los consumidores, qué se puede producir, cuánto cuesta producirlo. De hecho, el mercado ofrece la única posibilidad real para procesar toda esa información, y por eso ofrece la única solución eficiente para los problemas económicos, y la mejor opción, la única realista para alcanzar el bienestar. La competencia es lo que permite que los precios se ajusten automáticamente, y a la vez garantiza que se hará el mejor uso posible de los recursos. No hay mejor alternativa.

El mercado es insuperable en términos técnicos. Pero también en términos morales. Porque permite que cada persona organice su vida en todos los terrenos de acuerdo con su propio juicio, sus valores, su idea de lo que es bueno, deseable. El mercado es la expresión material, concreta, de la libertad. No hay otra posible. Y toda interferencia con el funcionamiento del mercado significa un obstáculo para la libertad –ya sea que se prohíba consumir una droga, contratarse para trabajar doce horas diarias, o buscar petróleo. Los neoliberales tienden a desconfiar de la democracia, dan siempre prioridad absoluta a la libertad, es decir, al mercado, como garantía de la libertad individual.

Otra idea más acompaña al programa neoliberal en todas sus versiones: la idea de la superioridad técnica, moral, lógica, de lo privado sobre lo público. Hay muchas fórmulas, muchos registros, hay muchas maneras de explicarla. En general, se supone que en comparación con lo privado, lo público es siempre menos eficiente, ya se trate de producir energía, administrar un hospital o construir una carretera; se supone que lo público es casi por definición propenso a la corrupción, al arreglo ventajista a favor de intereses particulares, algo inevitablemente político, engañoso, turbio. Y por eso ha de preferirse siempre que sea posible una solución privada.

Derivadas de esas tres ideas básicas, que pueden elaborarse de varios modos, hay otras también compartidas de un modo bastante general. Por ejemplo, que la realidad última, en cualquier asunto humano, son los individuos, que por naturaleza están inclinados a perseguir su propio interés, y que quieren siempre obtener el mayor beneficio posible. O por ejemplo la idea de que la política funciona como el mercado, y que los políticos, igual que los funcionarios y los ciudadanos, son individuos que buscan el máximo beneficio personal, y nada más, y que la política tiene que entenderse en esos términos –sin el recurso engañoso del interés público, el bien común o cualquier cosa parecida. O bien, que los problemas que pueda generar el funcionamiento del mercado, contaminación o saturación o desempleo, serán resueltos por el mercado, o que la desigualdad económica es necesaria, benéfica de hecho, porque asegura un mayor bienestar para el conjunto.

No creo que hagan falta más detalles por ahora. En unos cuantos trazos, eso es el neoliberalismo como programa intelectual. Ahora bien, a partir de esas ideas se ha desarrollado una práctica, y se ha promovido un conjunto de reformas legales e institucionales que han terminado por imponerse prácticamente en todo el mundo. Las líneas comunes son fáciles de reconocer. Privatización de activos públicos: empresas, tierras, servicios; liberalización del comercio internacional; liberalización del mercado financiero y del movimiento global de capitales; introducción de mecanismos de mercado o criterios empresariales para hacer más eficientes los servicios públicos; y un impulso sistemático hacia la reducción de impuestos y la reducción del gasto público, del déficit, de la inflación.

Nada de eso, ni en las ideas ni en las recomendaciones prácticas, es enteramente nuevo. La formación del programa neoliberal ha sido larga, complicada. La novedad en las décadas del cambio de siglo es que todo ello haya cristalizado en un movimiento global, que consiguió transformar el horizonte cultural del mundo entero en poco más de veinte años. Lo que sigue es una historia mínima de ese proceso, un intento de explicar de dónde vienen las ideas, y cómo se han traducido en iniciativas concretas
[De la Introducción]

Fernando Escalante Gonzalbo es sociólogo, profesor del Centro de Estudios Internacionales, en El Colegio de México. Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México, más tarde sociología, también en El Colegio de México. Ha dado clases igualmente en la UNAM, el CIDE, FLACSO, el ITAM, en la Universidad de Chicago, en el Instituto de Estudios Políticos de Paris, y en el Instituto Universitario Ortega y Gasset, de Madrid. En su trabajo académico se ha ocupado sobre todo de la ciudadanía, la industria editorial y la vida pública, casi siempre a partir de lo que podría identificarse como una sociología de las representaciones sociales. Aparte de eso, ha sido colaborador regular de varios periódicos de la ciudad de México, también de la revista Vuelta, hasta su desaparición, y de la revista Nexos. Junto con Claudio Lomnitz dirige la colección Umbrales, en el Fondo de Cultura Económica.

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